Sin ramas, sin hojas y (casi) sin tronco: cómo pueden estos “árboles zombies” seguir vivos años después de ser talados

Sin ramas, sin hojas y (casi) sin tronco: cómo pueden estos

Hace ya unos años los profesores Sebastian Leuzinger y Martin Bader paseaban por un bosque situado al oeste de Auckland, en Nueva Zelanda, cuando les llamó la atención una forma retorcida, oscura y leñosa que emergía del suelo, entre gruesas raíces. Al acercarse comprobaron que se trataba de un tocón de kauri, un árbol conífero típico de la isla que llega a alcanzar los 50 metros de altura.

A causa quizás de un temporal, una enfermedad o una motosierra, de aquel ejemplar quedaba solo una chueca, un tronco cercenado que apenas sobresalía por encima de las rodillas de Leuzinger. Hasta ahí nada raro. Lo sorprendente llegó cuando ambos colegas se percataron de que aquel trozo de kauri sin una sola hoja y que a todas luces debía llevar ya años tronzado seguía vivo. ¿Cómo era posible?

De paseo por el bosque. Así se encontraban Leuzinger y Bader, profesores ambos de la Universidad Tecnológica de Auckland (AUT) y expertos en botánica y ecología, cuando se encontraron con el malogrado kauri en un bosque de Nueva Zelanda. Aunque probablemente el árbol al que pertenecía había llegado a elevarse varios metros en sus buenos tiempo, de él solo quedaba un triste tocón desprovisto de ramas y hojas. Sin embargo ahí seguía, vivo. Y eso que no quedaba nada del resto del tronco y todo indicaba que el kauri llevaba bastante tiempo roto.

“Resultaba extraño porque aunque el tocón no tenía follaje estaba vivo”, explica Leuzinger. Aquella observación podría haberse limitado a eso, a una simple curiosidad, pero ambos científicos se quedaron tan intrigados que decidieron investigar cómo era posible y, sobre todo, a qué se debía semejante fenómeno.

Arbol Sebastian Leuzinger con el tocón de kauri.

¿Y cómo lo hicieron? Observando el tocón. Y su entorno. Los investigadores se dedicaron a medir el flujo de agua tanto en el misterioso tocón como en el resto de árboles kauri que lo rodeaban y descubrieron que entre ellos existía una curiosa relación. Un vínculo inverso, como recodaba hace poco el biotecnólogo Daniel Pellicer en National Geographic: el ritmo del flujo del agua en el tocón parecía disminuir cuando aumentaba el de la savia en el resto de árboles, y viceversa.

El tronco mostraba patrones de flujo de savia diarios muy reducidos e invertidos en comparación con los kauri intactos. El potencial hídrico de su tronco mostró una fuerte variación diurna con mínimos durante el día y máximos de noche, coincidiendo con las tasas de flujo de savia máximas y mínimas en los vecinos, respectivamente”, explicarían más tarde Leuzinger y Bader en un iScience.

“Un estrecho acoplamiento”. La expresión es de los propios investigadores de la AUT y capta bien la relación que identificaron entre el tocón y los árboles kauri circundantes: un “estrecho acoplamiento fisiológico e hidrológico”. El viejo tronco tronzado y desprovisto de hojas lograba mantenerse vivo aferrándose a las raíces de sus vecinos y nutriéndose de agua y otros recursos. El fenómeno en sí no es nuevo. “Las raíces de muchas especies se fusionan para formar injertos naturales que permiten el intercambio de agua, carbono, nutrientes minerales y microorganismos entre individuos”, explican ambos expertos.

Lo que sugerían los datos es que las raíces del tocón y la de sus compañeros verdes estaban “injertadas”, algo que puede ocurrir cuando un árbol reconoce que un tejido próximo es lo suficientemente similar como para permitir un trasvase de recursos. El caso del tronco cercenado, claro está, hay un factor especial: lo que queda de él carece de ramas y hojas. “Es diferente a cómo funcionan los árboles normales. En este caso el tocón tiene que seguir lo que hacen el resto o aprovechar la presión osmótica para impulsar el flujo de agua”, señalan los investigadores.

Yves Alarie Vbfffmzoroq Unsplash

Pero… ¿Y por qué? Esa es la pregunta del millón. Los injertos de raíces son conocidos entre árboles vivos de la misma especie, pero la gran incógnita en el caso del kauri de Auckland era otra, como recuerda la AUT: ¿Por qué? ¿Qué podía llevar al resto de árboles a mantener un tronco cercenado y sin hojas? “Para el muñón las ventajas son obvias: estaría muerto sin los injertos porque no tiene ningún tejido propio”, explica Leuzinger: “¿Pero por qué los árboles verdes mantendrían vivo a su árbol abuelo en el suelo mientras este no parece proporcionar nada”

Lo que ocurre bajo el suelo. Ahí estaría la clave: bajo nuestros pies. Los investigadores sugieren que una posible explicación es que los injertos de raíces se formaran cuando el árbol era aún un ejemplar verde y completo, con sus ramas y hojas. La ‘cadena’ que se crea entre todos los vecinos es un sistema radicular que permite a los árboles llegar a más agua y nutrientes, así que cuando uno de ellos acaba cercenado y ya no puede aportar carbohidratos —como ocurría con el viejo kauri de Okland— su ‘baja’ pasaría inadvertida para sus compañeros.

Se convierte así en un ejemplar que, explica la AUT, “continúa su vida a lomos de los árboles intactos de los alrededores”. En un artículo publicado en 2021 en The Conversation Leuzinger y Bader incluso recurrían a una imagen más potente, la de “árboles zombis”. No todo serían prebendas, claro. Las raíces injertadas, incluso la del malogrado kauri, tendrían otra importante ventaja de la que se beneficia el conjunto de árboles del bosque: aumentan su estabilidad en las pendientes.

¿Es un caso único? No. Leuzinger y Bader recuerdan que el fenómeno de los tocones “no muertos” lleva observándose casi dos siglos y se han documentado casos en  Nueva Jersey, la Columbia Británica o Sierra Nevada, entre otros lugares, pero eso no significa que los entendamos: “Los procesos evolutivos y fisiológicos que conducen a su existencia siguen siendo un misterio”, reconocen.

National Geopraphic apunta que se han registrado tronces cercenados y vivos de varias especies y en algún caso se han anotado antigüedades sorprendentes. En concreto, señala el caso de un haya que podría haberse partido hace siglos.

¿Nos muestra algo más? Sí. Y esa es una de las conclusiones más interesantes que deja el viejo kauri de Auckland. En palabras de ambos profesores muestra que los bosques actúan en cierto modo como “superorganismos”, dotados de redes de raíces conectadas para el intercambio de agua, carbono y nutrientes en una maraña que recuerda a las redes de suministro de nuestras ciudades.

“El hecho de que los tocones aún reciban recursos da lugar a la idea mucho más amplia de que los bosques actúan y sobreviven como un todo, de manera similar a como una sola abeja u hormiga no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir sin su colonia”. Tales vínculos tendrían también su contrapartida, ya que podrían facilitar la propagación de enfermedades, pero los expertos aprecian en esa idea una oportunidad clave para comprender mejor los bosques. “Cambia nuestra perspectiva de los ecosistemas forestales como superorganismos”.

Imágenes: AUT y Yves Alarie (Unsplash)

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La noticia Sin ramas, sin hojas y (casi) sin tronco: cómo pueden estos “árboles zombies” seguir vivos años después de ser talados fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .

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