El 9 de enero de 1834, el HMS Beagle echó anclas en la bahía argentina de San Julián. Llevaba ya tres años de viaje (uno más de lo esperado) y les esperaban dos más antes de volver a casa. Estaban a punto de hacer un descubrimiento que traería de cabeza a los biólogos de medio mundo.
Allí, en un barro rojo y pegajoso, un jovencísimo Darwin (que se había apuntado al viaje para ver los trópicos antes de meterse a cura) encontró medio esqueleto de Macrauchenia patachonica.
Macrau… qué? Un “notable cuadrúpedo, tan grande como un camello. Pertenece a la misma división o grupo de los Paquidermos, junto con el rinoceronte, tapir y Palceotherium, pero en la estructura de los huesos de su largo cuello ofrece una evidente relación con el camello, o más bien con el guanaco y llama”, escribió en su famosísimo diario.
Es decir, fue él mismo el que la llamó Macrauchenia (nombre compuesto del griego que significaría “gran cuello”) y el que la emparentó con los paquidermos. Pero fue consciente de que estaba ante algo muy raro.
El enigma sudamericano. Recogió todos los restos que pudo, los guardó en el Beagle y los llevó a Inglaterra. Allí se los enseñó a Richard Owen, uno de los paleontólogos más importantes de la historia (padre, por ejemplo, del término ‘dinosaurio’ y promotor del Natural History Museum de Londres). Owen quedó tan desconcertado al encontrar una mezcla tan inusual en las características físicas del animal que no pudo identificarlo.
Ni Darwin, ni Owen estaban desencaminados. Aún hoy su anatomía es un enorme misterio. Y eso que, en los últimos 200 años, hemos encontrado muchos restos y hemos aprendido mucho sobre esta especie.
Por lo que sabemos ahora, lo que llamamos Macrauchenia patachonica era un enorme mamífero de “dos metros de altura, tres de largo y casi una tonelada de peso”. Vivió hace unos 66 millones de años, tenía el cuello largo y una pequeña trompa (que le daba un aspecto un tanto raro).
Eso no es lo más raro. Lo más raro es que, durante 150 años, hemos buscado restos nuevos del Macrauchenia patachonica, pero la descripción que aparecía en los libros era de un toro. Se dio cuenta Hans Püschel, investigador de la Red Paleontológica de la Universidad de Chile, mientras realizaba un estudio sobre otra especie desaparecida de Chile: una de las vértebras descritas para Macrauchenia patachonica tenía inconsistencias anatómicas.
Los trabajos de Darwin y Owen en este campo fueron muy limitados, claro. La primera descripción fidedigna de M. patachonica la hizo Hermann Burmeister, un naturalista alemán que se trasladó a Argentina en 1861 y trabajó como director del antecesor del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia.
Püschel (y todos los que trabajan en el tema) había leído esa descripción que era, de hecho, la que se usaba para identificar a esta especie. Por eso, al ver el ejemplar de Darwin (que se conserva en Zurich) se dio cuenta de que algo no cuadraba. El atlas, la vértebra cervical en cuestión, tenía una forma muy alargada, pero la descripción de Burmeister no era así.
Era, de hecho, de un toro gigante. Eso ha descubierto Hans Püschel: que Burmeister confundió una vértebra cervical de toro con las del M. patachonica liando la investigación sobre estos animales desde hace demasiadas décadas.
Conocer el M. patachonica es muy interesante porque son animales que desaparecieron en la última gran glaciación y nos pueden dar claves sobre cómo se adapta la naturaleza a este tipo de cambios climáticos. Pero, sobre todo, es una cura de humildad. Al fin y al cabo, si hemos pasado tanto tiempo equivocados sobre una especie famosísima descubierta por el mismo Darwin. ¿Qué no pasará con muchas otras que no reciben casi nada de atención?
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La noticia Hace 159 años, Darwin descubrió un animal enorme que desconcertó a los biólogos. Entre otras cosas, porque alguien confundió los huesos con los de un toro fue publicada originalmente en Xataka por Javier Jiménez .