El uno de enero de 1995, el día se despertó revuelto en el mar del Norte. Dos frentes borrascosos estaban agitando las aguas y complicando las rutas comerciales; pero en Drauper, una plataforma petrolífera a unos 100 kilómetros de la costa de Noruega, era un día normal.
Hasta las tres de la tarde. En ese momento, los sensores láser de la parte inferior de la plataforma avisaron que se había formado una ola de 25 metros de altura y que venía directamente hacia ellos. Los operarios pensaron que había algún problema técnico. Una ola de ese tamaño no estaba ni en la imaginación de los ingenieros que habían construido Drauper.
Solo hacía falta asomarse al exterior.
La ola de Drauper. Aquel uno de enero del 95 un muro de agua de casi 26 metros arrolló la plataforma petrolífera a más de 70 kilómetros por hora. Drauper aguantó el envite con muy pocos desperfectos, pero acababa de pasar algo importantísimo: por primera vez en la historia, teníamos datos reales de una ola monstruo.
¿Ola monstruo? Cuentos de viejos, historias de borrachos, balbuceos de náufragos con estrás postraumático… Esa es la explicación que físicos y oceanógrafos daban a los testimonios de olas enormes que surgían de la nada. Y no, no estoy exagerando. En 1826, el capitán Jules Dumont d’Urville y otros tres científicos hablaron de olas de 33 metros en el océano Índico y fueron públicamente ridiculizados por el prestigioso científico (y político) François Arago. Hablábamos de algo que, según la ciencia disponible, era sencillamente imposible.
Es más, hablamos de algo muy difícil de documentar: la probabilidad de sobrevivir tras encontrarse con uno de estos muros de agua es francamente baja. Con la ciencia en contra, sin casi testigos… la idea de olas ‘monstruo’ vagabundeando por el océano era fácilmente descartable. Drauper cambiaba las cosas.
Desde entonces, con la ayuda de la monitorización a tiempo real que facilitan los satélites, los investigadores han estudiado con detalle este tipo de fenómenos. Pero solo ahora, un equipo del el Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague acaba de publicar un modelo que permite predecirlas en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
¿Cómo lo han hecho? ¿Qué han descubierto? Los investigadores combinaron datos de 158 boyas repartidas por todo el mundo que recopilan datos las 24 horas del día con 700 años de registros sobre olas, alturas y estados marinos. El resultado es llamativo: para empezar, este tipo de olas son mucho más comunes de lo que parecen.
“Nuestro análisis demuestra que las ondas monstruo ocurren continuamente. De hecho, registramos 100.000 olas susceptibles de definirse de este modo. Esto equivale a alrededor de 1 ola monstruo cada día”, explica Johannes Gemmrich, uno de los autores del estudio.
Lo que hay detrás de ellas. Aunque no todas llegan a un tamaño tan gigantes, el dato da buena muestra de lo equivocábamos que estábamos. Por ejemplo, estas olas no se forman como creíamos (no son combinaciones de olas), la clave está en lo que se denomina “superposición lineal”. Un fenómeno, conocido desde 1700, que ocurre “cuando dos sistemas de ondas se cruzan entre sí y se refuerzan mutuamente durante un breve período de tiempo”.
Es un mecanismo relativamente simple, pero sin las condiciones adecuadas es muy difícil que genere olas de este tipo. Por eso no era la “explicación” predilecta. Ahora sabemos que era esto lo que estaba detrás.
¿Para qué sirve todo esto? Fundamentalmente, para hacer el mar un sitio más seguro. Es verdad que hemos mejorado mucho en las últimas décadas, pero lo cierto es que una ola de 25 metros puede partir un barco en dos en un abrir y cerrar de ojos. En la medida en que buena parte de nuestra economía depende de los barcos que cruzan el océano, hacerlos más seguros es una buenísima noticia.
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Imagen | Marcus Woodbridge
– La noticia Las “olas monstruo” que surgen de la nada en mitad del océano no son leyenda: ahora sabemos que hay una al día fue publicada originalmente en Xataka por Javier Jiménez .