Si bien hoy la mayor parte de los europeos convivimos pacíficamente, hace escasamente ochenta años los búlgaros jugaban al fútbol con las cabezas de los soldados griegos, los soldados rusos descuartizaban a mujeres alemanas en Kaliningrado y partisanos polacos y ucranianos prendían fuego y asesinaban a aldeas enteras en mutuos territorios.
Laz paz europea sólo se ha construido sobre un mar de sangre, sudor y lágrimas. Y sólo tras la traumática experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el anhelo de paz y de una Europa unificada políticamente que deje atrás sus diferencias tribales es más antiguo. Se remonta a periodos lejanos de la Edad Media, en forma de sacros imperios, y se articula políticamente a finales del siglo XIX y principios del XX.
Fue especialmente tras la Primera Guerra Mundial, tras otra contienda en su momento traumática, cuando las ideas sobre “arreglar Europa” se formularon de los modos más originales y variopintos. Y de entre todos aquellos, pocas ideas son tan atolondradas, tiernas y singulares como las planteadas por Das Neue Europa Mit Dem Dauernden Frieden. Die Unionisierung Mitteleuropas, un misterioso mapa de 1920 acreditado a un tal P. A. Maas.
El artefacto sólo es comprensible en su crudo contexto: tras la Gran Guerra, Europa vivía tiempos de relativa bonanza, pero de profunda convulsión cultural y política. Las vanguardias, los avances científicos y técnicos y las miradas más allá del mundo antiguo previo a la guerra inundaban todos los campos. Era un tiempo en el que cualquier cosa parecía posible. Incluso el rediseño radical de Europa.
Como cuentan en Big Think, deja a un lado los puntos periféricos del continente (las islas británicas, la península ibérica, la península itálica, los Balcanes y Escandinavia) y se centra en la reforma de las fronteras de Mitteleuropa, el sueño armónico cultural y mitológico de tantos intelectuales de su generación. Aquella centroeuropa antaño crisol de naciones pasaba a convertirse en una unidad política con 24 entidades autónomas bautizadas como “cantones“, al modo suizo.
La particularidad del mapa no es tanto la disgregación de las identidades nacionales en construcciones ficticias sino su forma. Maas, hijo de Otto Maas, dueño de la imprenta de la que salió el diseño, ideó un Centroeuropa con forma de rueda. A cada radio de la rueda, un país, una entidad que formaría parte del conglomerado mayor, bautizado La Unión Europea Central.
Una rueda para unirlos a todos
No andaba tan desencaminado el buen soñador vienés. Cuando tras la Segunda Guerra Mundial las naciones contendientes decidieron unir sus destinos a nivel económico, lo hicieron en torno al carbón y al acero, pero ante todo lo hicieron en el corazón de Europa. Francia, Alemania y el Benelux habían sido el motor intelecutal y cultural del continente, su esencia identitaria, durante siglos. Allí se encontraba el capital político para llevar a cabo una unión, y Maas lo sabía.
Otra cosa es que su propuesta fuera fruto de la más pura psicodelia. Los radios-cantones quedarían al albur de una ciudad concreta, proyectando su poder de forma rectilínea hacia el horizonte. Se dan así tamañas paradojas como que Múnich quede al mando de tierras bretonas (en el norte de Francia), que Milán se ocupe de todo el sur de Francia o que el espacio de Odessa se proyecte desde el Mar Negro hasta las proximidades de Viena.
Porque en Viena se encontraba el pulso de Europa, una ciudad ajardinada ideada por Maas que ejercería de capital desde la iglesia de San Esteban y que vendría a simular el papel actual de Bruselas. La Unión de Europa Central sería así literal: el buje sobre el que rotarían los radios, el punto sobre el que giraría la rueda que habría de pavimentar el futuro de una Europa unida, pacífica y destinada al progreso.
El mapa dejaba fuera a numerosos países en la periferia del continente, como España o Suecia. Serían aquellos aliados necesarios que controlarían las fronteras de Europa (Gibraltar, los Dardanelos) como territorio neutral, y que en el caso de Italia quedarían resumidos a unos epopéyicos estados papales (con Sicilia independiente). Europa era Mitteleuropa. De allí surgían los problemas y sólo su reforma podría aplacarlos.
Maas bebía del clima intelectual de 1920, una época en la que documentos como Nová Evropa de Tomáš Masaryk fantaseaban desde el plano de lo real con una Europa pacificada y disgregada, eso sí, sobre las múltiples nacionalidades que la componían. En gran medida, el plano de Maas se sobreponía al incontenible fervor nacionalista post-Gran Guerra que permitió el nacimiento de países de toda condición, desde Letonia hasta Hungría, pasando por Checoslovaquia.
En su mundo paralelo, Maas eliminaba el concepto de nación-estado, revolucionando las ideas imperantes de la Europa política de entonces, y resumía el hecho étnico a cuatro grandes grupos nacionales que tendrían su reconocimiento dentro de su Unión Europa central: los latinos (romanos), los eslavos, los germanos y los magiares, los tres grandes grupos etno-lingüísticos de Mitteleuropa más la excepción húngara.
Cada cantón podría mantener sus colores locales pero todas las banderas se diseñarían sobre el mismo patrón, y las fructíferas colonias africanas y asiáticas antaño poseídas por los imperios pasarían a tener una soberanía europea compartida (Maas no iba tan lejos como para proponer el fin del colonialismo).
En el texto con el que acompañó tan surreal mapa, el propio Maas tenía dudas de su recibimiento: “Para muchos, este trabajo parecerá el resultado de una imaginación sobre-excitada; algún día, aunque sea tarde, el conocimiento de la verdad ganará la partida y quizá muchas de las cosas que han sido simuladas aquí se harán realidad. Y este será el más bello premio de mi altruista, largo y elaborado trabajo intelectual”.
Obviamente, las ideas exactas de Maas nunca se realizaron. Las realidades nacionales se hicieron aún más fuertes tras la Primera Guerra Mundial, de resultas del controvertido Tratado de Versalles y de la desmembración consciente de los grandes imperios que habían dominado Europa central durante siglos. Pero su espíritu, la idea de una Europa unida bajo un mismo techo, cristalizó tres décadas después en la CECA.
Nos quedamos sin la bandera radial. Pero mantuvimos su alma.
En Xataka | Una diseñadora ha creado el mapa heráldico definitivo de Europa. Y es maravilloso
*Una versión anterior de este post se publicó en septiembre de 2017
– La noticia Aquella loca ocasión en la que quisimos arreglar Europa dividiéndola en 24 cantones radiales fue publicada originalmente en Xataka por Andrés P. Mohorte .