España nunca se interesó demasiado por el café pese a la influencia arábica. Hasta que llegaron los Borbones
Aquí un servidor es incapaz de arrancar el día sin una generosa, oscura, humeante y sobre todo bien cargada taza de café. Si a ti te pasa lo mismo y eres del club de los cafeteros debes saber que tienes una deuda importante con el rey Felipe VI y su familia. Aunque la historia de este energizante “oro negro” es muy antigua y se cuenta que los árabes asentados hace siglos en la península ya preparaban una bebida similar, que hoy podamos disfrutar del café en España se lo debemos en gran medida a una de las familias más conocida del país: los Borbones.
A ellos y a un capricho de la historia.
Érase una vez un pastor… El café es excitante, su historia todavía más. Excitante, rica, antigua y con su buena dosis de leyendas. Una de ellas asegura que para conocer los orígenes del café debemos remontarnos unos cuantos siglos atrás y fijarnos en Kaffa, una antigua región del sudoeste de Etiopía. Allí pastaba su ganado Kaldi, un cabreo que un buen día se dio cuenta de que sus animales parecían más eufóricos tras comer las bayas rojizas de un arbusto.
Intrigado, el pastor decidió probarlas. El resultado no debió de desagradarlo porque acabó compartiendo aquella experiencia con otros vecinos del pueblo y un imán que confirmó que los granos, una vez molidos y servidos en infusiones, eran una manera fantástica de mantener despiertos a sus fieles por las noches.
Como buena leyenda que es, los detalles sobre la historia de Kaldi, sus fechas —Britannica la sitúa hacia el 850 d.C.— y quién descubrió las ventajas de tostar los granos varían de una versión a otra, pero todas llegan a la misma conclusión: la humanidad había dado con una forma fantástica de arrancar el día.
Expandiéndose por el mundo. Quizás el café amargue o resulte fuerte al principio, pero engancha. Y buena prueba es que desde sus remotos orígenes en Kaffa ha logró extenderse poco a poco por todo el ancho mundo. Aquellas plantas silvestres acabaron cultivándose en el sur de Arabia hacia el siglo XV y durante el XVI y XVII sus granos se abrieron camino por Europa. Tal fama alcanzó el brebaje que sus plantaciones se expandieron: de Yemen pasaron primero a Java y otras islas de Indonesia y posteriormente a América, que acabaría siendo clave en su producción. En las islas hawaianas se inicio su cultivo por ejemplo en 1825.
Cómo el café pasó de ser la bebida de un antiguo cabrero etíope a la gigantesca industria que representa hoy en día, con un volumen de mercado que Statista cifra en 88.300 millones de dólares, es materia suficiente para llenar varias novelas de Kent Follet, pero nos ha dejado algunas anécdotas que sí podemos recordar aquí. Una de ellas es que, si bien triunfó entre los musulmanes, las autoridades islámicas llegaron a considerarlo un embriagador prohibido. Otra leyenda asegura que si el café logró llegar a la India fue porque Baba Budan, un sufí del XVII, escondió varias semillas en su túnica tras una peregrinación a La Meca.
La España cafetera. España ha tenido su propio affaire cafetero, con peculiaridades distintas a las de otros países vecinos. Tiempo de Café cuenta que los musulmanes asentados en la península ya bebían brunchum, un brebaje que según el ‘Tratado de los usos y abusos‘, podía considerarse el equivalente a lo que los turcos llamaban choava, “un cocimiento que se elabora con ciertas simientes negras que parecen habas y es muy frecuente en aquellas partes”. Se pueda o no remontar tan atrás la relación de la península con el café, lo cierto es que suele considerase que su expansión llego siglos más tarde… y de la mano de reyes.
Noches en vela por Europa. Las crónicas cafeteras cuentan que si la bebida llegó a Europa en el XVI fue por obra y gracia de los comerciantes venecianos, que en 1645 la capital del Véneto tenía ya un negocio dedicado al oscuro brebaje y que para mediados del XVIII el éxito de estos establecimientos era tan apabullante en aquella zona que las autoridades tuvieron que mediar y limitar su número.
Las cafeterías siguieron abriéndose por tierras inglesas, alemanas y austriacas superando recelos, escrúpulos de todo tipo e incluso prohibiciones. Curiosamente y pese a su influencia árabe, en esa expansión España se quedó rezagada. O así fue al menos hasta que cambiaron los aires políticos del país en el XVIII.
Y llegaron los Borbones. Los relatos sobre la historia cafetera patria suelen coincidir en que el hecho decisivo que marca el triunfo del café en España fue, ni más ni menos, que la llegada de la Casa de Borbón al trono. Lo que no deja de ser gracioso si se tiene en cuenta que Felipe V De España, el primer monarca Borbón en nuestro país, ha pasado a la historia con el apodo de “el Animoso”.
Tras la Guerra de Sucesión, con los Borbones llegaron a España comerciantes italianos que a mediados del XVIII lograron implantar el gusto por aquel líquido oscuro, de efectos estimulantes y orígenes exóticos. En 1764 Madrid tenía ya una cafetería, un tipo de negocio en cuyos orígenes destaca un apellido propio y con claras resonancias extranjeras: Gippini. El papel crucial que jugaron aquellos primeros italianos que acompañaron a los Borbones en la cultura cafetera de España lo reconoce hoy una de sus marcas más populares, Nestle Bonka.
“El primer café abrió en el año 1764 de la mano de los comerciantes italianos Hermanos Gippini, quienes fundaron la Fonda de San Sebastián en la madrileña calle de Atocha. Alrededor de las tazas de café y de Nicolás Fernández de Moratín se celebraba la tertulia literaria más importante de aquel entonces”, detalla un artículo sobre el origen del café del Centro de Información Café y Salud (CICAS), que se identifica como una iniciativa de la Asociación Española del Café.
Imagen de portada: Zu den blauen Flaschen (Wikipedia) y Wikimedia
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La noticia España nunca se interesó demasiado por el café pese a la influencia arábica. Hasta que llegaron los Borbones fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .